domingo, 9 de diciembre de 2012

GUERRA Y PAZ,NOVELA DE LEÓN TOLSTÓI (1ªPARTE)


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León Tolstói

FUENTE: http://es.wikipedia.org/wiki/Le%C3%B3n_Tolst%C3%B3i
Liev Nikoláievich Tolstói (cirílico ruso Лéв Николáевич Толстóй), también conocido como León Tolstói (Yásnaya Poliana, 28 de agostojul.9 de septiembre de 1828greg. - Astápovo, en la actualidad Lev Tolstóiprovincia de Lípetsk, 7 de noviembrejul.20 de noviembre de 1910greg.) fue un novelista ruso ampliamente considerado como uno de los más grandes escritores de occidente y de la literatura mundial.1 Sus más famosas obras son Guerra y Paz y Anna Karénina, y son tenidas como la cúspide del realismo. Sus ideas sobre la «no violencia activa», expresadas en libros como El reino de Dios está en vosotros tuvieron un profundo impacto en grandes personajes como Gandhi yMartin Luther King.
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Biografía

Se traslada a Moscú con intención de buscar un empleo o un casamiento conveniente. En aquel período de indecisiones, acosado de deudas contraídas en el juego, se declara la guerra con Turquía y su hermano Nikolái, teniente de artillería, lo insta a ir con él al Cáucaso, en el Valle del Térek. Al llegar a la stanitsa Tolstói se desilusiona y se arrepiente de su viaje. Pocos días después acompaña a su hermano que debía escoltar un convoy de enfermos hasta el fuerte de Stari-Yurt. Cruzan las fuentes termales de Goriachevodsk donde Tolstói, algo reumático, aprovecha para tomar baños termales y donde conoce a la cosaca Márenka, idilio que reaparece en su novela Los Cosacos.
Guerra y paz
Tolstói no pertenecía al ejército, pero en una de las campañas, el comandante, príncipe Bariantinski, repara en él y tras unos exámenes Tolstói ingresa en la brigada de artillería, en la misma batería que su hermano, como suboficial. Tiempo después consigue permiso para una cura reumática en las aguas termales en Piatigorsk, donde aburrido de pasar largas horas encerrado en su habitación se pone a escribir. El 2 de julio de 1852 termina Infancia y fruto de su estancia escribe La tala del bosque y los relatos de Sevastópol.
Poco después de ser testigo de tantos sacrificios y heroísmo en la campaña deSevastópol se reintegra a la frívola vida de San Petersburgo, sintiendo un gran vacío e inutilidad.
“He adquirido la convicción de que casi todos eran hombres inmorales, malvados, sin carácter, muy inferiores al tipo de personas que yo había conocido en mi vida de bohemia militar. Y estaban felices y contentos, tal y como puede estarlo la gente cuya conciencia no los acusa de nada”
Tolstói
Sofía Andréyevna Behrs y uno de los trece hijos que tuvo con el escritor.
Adscrito a la corriente realista, intentó reflejar fielmente la sociedad en la que vivía.
Tolstói a la edad de 20 años, 1848.
La novela Los Cosacos (1863) describe la vida de este pueblo.
Anna Karénina (1877) cuenta las historias paralelas de una mujer atrapada en las convenciones sociales y un terrateniente filósofo Lyovin que intenta mejorar las vidas de sus siervos (apellido derivado del nombre Lyova, el diminutivo de Lev; así es como llamaba, en privado, a Tolstói su esposa Sofía Behrs).
Guerra y Paz es una monumental obra en la que se describen cientos de distintos personajes durante la invasión napoleónica.
Tolstói tuvo una importante influencia en el desarrollo del movimiento anarquista, concretamente, como filósofo cristiano libertario y anarcopacifista. El teórico anarquista Pedro Kropotkin lo citó en el artículo Anarquismo de la Enciclopedia Británica de 1911.
LIBRO.Guerra-y-paz
GUERRA Y PAZ,NOVELA (1ª PARTE/CAPÍTULO 1)DE LEÓN TOLSTÓI
Bien. Desde ahora, Génova y Lucca no son más que haciendas, dominios de la familia Bonaparte. No. Le garantizo a usted que si no me dice que estamos en guerra, si quiere atenuar aún todas las infamias, todas las atrocidades de este Anticristo (de buena fe, creo que lo es), no querré saber nada de usted, no le consideraré amigo mío ni será nunca más el esclavo fiel que usted dice. Bien, buenos días, buenos días. Veo que le atemorizo. Siéntese y hablemos.
Así hablaba, en julio de 1805, Ana Pavlovna Scherer, dama de honor y parienta próxima de la emperatriz María Fedorovna, saliendo a recibir a un personaje muy grave, lleno de títulos: el príncipe Basilio, primero en llegar a la velada. Ana Pavlovna tosía hacía ya algunos días. Una gripe, como decía ella ‑gripe, entonces, era una palabra nueva y muy poco usada ‑. Todas las cartas que por la mañana había enviado por medio de un lacayo de roja librea decían, sin distinción: «Si no tiene usted nada mejor que hacer, señor conde ‑ o príncipe ‑, y si la perspectiva de pasar las primeras horas de la noche en casa de una pobre enferma no le aterroriza demasiado, me consideraré encantada recibiéndole en mi palacio entre siete y diez. Ana Scherer.»
‑ ¡Dios mío, qué salida más impetuosa! ‑repuso, sin inmutarse por estas palabras, el Príncipe. Se acercó a Ana Pavlovna, le besó la mano, presentándole el perfumado y resplandeciente cráneo, y tranquilamente se sentó en el diván.
‑Antes que nada, dígame cómo se encuentra, mi querida amiga,
‑ ¿Cómo quiere usted que nadie se encuentre bien cuando se sufre moralmente? ¿Es posible vivir tranquilo en nuestros tiempos, cuando se tiene corazón? ‑ repuso Ana Pavlovna ‑. Supongo que pasará usted aquí toda la velada.
‑Pero, ¿y la fiesta en la Embajada inglesa? Hoy es miércoles. He de ir ‑ replicó el Príncipe ‑. Mi hija vendrá a buscarme aquí. ‑ Y añadió muy negligentemente, como si de pronto recordara algo, cuando precisamente lo que preguntaba era el objeto principal de su visita ‑. ¿Es cierto que la Emperatriz madre desea el nombramiento del barón Funke como primer secretario en Viena? Parece que este Barón es un pobre hombre.
El príncipe Basilio quería para su hijo aquel nombramiento, en el que había un interés particular por concedérselo al Barón a través de la emperatriz María Fedorovna.
Ana Pavlovna cerró apenas los ojos, en señal de que ni ella ni nadie podía criticar aquello que complacía a la Emperatriz.
‑ A propósito de su familia ‑ dijo ‑. ¿sabe usted que su hija, desde que ha entrado en sociedad, es la delicia de todo el mundo? Todos la encuentran tan bella como el día.
El Príncipe se inclinó respetuosa y reconocidamente.
‑ Pienso ‑ continuó Ana Pavlovna después de un momentáneo silencio y acercándose al Príncipe sonriéndole tiernamente, demostrándole con esto que la conversación política había terminado y que se daba entonces principio a la charla íntima ‑, pienso con mucha frecuencia en la enorme injusticia con que se reparte la felicidad en la vida. ¿Por qué la fortuna le ha dado a usted dos hijos tan excelentes? Dejemos de lado a Anatolio, el pequeño, que no me gusta nada ‑ añadió con tono decisivo, arqueando las cejas‑. ¿Por qué le ha dado unos hijos tan encantadores? Y lo cierto es que usted los aprecia mucho menos que todos nosotros, y esto porque usted no vale tanto como ellos ‑ y sonrió con su más entusiástica sonrisa.
‑ ¡Qué le vamos a hacer! Lavater hubiera dicho que yo no tengo la protuberancia de la paternidad ‑ replicó el Príncipe.
‑Déjese de bromas. ¿Sabe usted que estoy muy descontenta de su hijo menor? Dicho sea entre nosotros ‑ y su rostro adquirió una triste expresión ‑, se ha hablado de él a Su Majestad y se le ha compadecido a usted.
El Príncipe no respondió, pero ella, en silencio, le observaba con interés, esperando la respuesta. El príncipe Basilio frunció levemente el entrecejo.
‑ ¿Qué quiere usted que haga? ‑ dijo por último ‑. Ya sabe usted que he hecho cuanto ha podido hacer un padre para educarlos, y los dos son unos imbéciles. Hipólito, por lo menos, es un abúlico, y Anatolio, en cambio, un tonto bullicioso. Esto es todo; ésta es la única diferencia que hay entre los dos ‑ añadió, con una sonrisa aún más imperativa y una animación todavía más extraña, mientras, simultáneamente, en los pliegues que se marcaban en torno a la boca aparecía límpidamente algo grosero y repelente.
‑ ¿Por qué tienen hijos los hombres como usted? Si no fuese usted padre, no se lo diría ‑ dijo Ana Pavlovna levantando pensativamente los párpados.
‑Soy su fiel esclavo y a nadie más que a usted puedo confesarlo. Mis hijos son el obstáculo de mi vida, mi cruz. Yo me lo explico así. ¡Qué quiere usted!‑y calló, expresando con una mueca su sumisión a la cruel fortuna.FUENTE: http://zonaliteratura.com
Serge Mercouroff and "Tolstoi" (LOC)
Serge Mercouroff and “Tolstoi” (LOC) (Photo credit: The Library of Congress)

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